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viernes, 17 de diciembre de 2010

Introduccion


Desde el día en que nacemos hasta aquel en que morimos, todos somos susceptibles de contraer enfermedades y sufrir diversas dolencias. Cuando somos niños, instintivamente acudimos a nuestros padres y confiamos en que nos sacarán del mal trance; pero tarde o temprano descubrimos que todo su cariño, sus desvelos y su experiencia contribuyen al proceso de curación hasta cierto punto nada más. Con el paso del tiempo vamos haciéndonos cargo de la increíble capacidad que tiene nuestro organismo para combatir enfermedades y reponerse, y muchas veces depositamos en ese factor toda nuestra confianza. Sin embargo, todos nosotros en algún momento nos encontramos en una situación en que los recursos de nuestro propio organismo no bastan para superar un trastorno de salud. ¿A quién acudimos entonces? ¿A los médicos? ¿A Dios? ¿Está Dios acaso interesado en injerirse en los asuntos de salud de cada ser humano? Y en tal caso, ¿qué podemos esperar de Él y qué espera Él de nosotros?
La curación es una experiencia muy personal. Además de que cada individuo es diferente, también lo es cada dolencia y las circunstancias que la rodean. Es más, en la curación normalmente intervienen factores físicos y espirituales. Muchas personas que desean curarse prestan atención a lo físico y dejan de lado lo espiritual. Unos pocos se centran tanto en lo espiritual que se olvidan de enmendar las causas físicas. ¿Cuál sería entonces un buen término medio?
Algunos de los principios espirituales relacionados con el tema son básicos y universales: debemos creer que es posible la intervención divina, determinar los motivos por los que Dios ha permitido que suframos una enfermedad, cumplir lo que Él nos pida que hagamos en cada situación, invocar Sus promesas y continuar confiando en Él aun cuando no responda enseguida o como nos imaginábamos. Así y todo, Dios también toma en consideración otros factores, tales como la madurez espiritual de la persona y el conocimiento que tenga de los caminos y modos de proceder de Dios.
Muchas personas no se dan cuenta de que para Dios la sanación del cuerpo no es siempre lo primordial ni el único objetivo. En muchos casos prima la necesidad de sanación espiritual. Por ello, Él a veces nos pone en una situación que le permita comunicarse mejor con nosotros desde el plano espiritual. Las dolencias físicas son uno de los medios más eficaces de volvernos más sensibles a Su voz, pues nos obligan a detenernos y escuchar lo que Dios quiere decirnos.
Otro factor que entra en juego es que nuestro espíritu no es el único implicado. La Biblia dice que se libra continuamente un fiero combate en la dimensión espiritual, esa esfera que nos rodea y que normalmente no percibimos con los sentidos. Se trata de una batalla del bien contra el mal, que pugnan por influir en nuestros pensamientos y en nuestro corazón, los cuales determinan nuestras acciones y nuestro destino. Dios y Sus huestes celestiales combaten contra el Diablo y sus demonios, pero la batalla se extiende al terreno material y nos afecta. «No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes»1. Uno de los aspectos en que el Diablo y sus demonios nos atacan es el de la salud. De ahí que para protegernos de enfermedades sea importante mantener bien fuertes nuestras defensas espirituales, además de consultar con el Señor para averiguar las posibles causas espirituales de lo que nos aqueje en un momento dado.
Aun si se aborda la curación desde una perspectiva puramente física, no hay ninguna fórmula que se aplique matemática e infaliblemente a cada caso. Por ejemplo, la decisión de si recurrir o no a médicos, remedios, tratamientos, terapias, etc. puede ser bastante compleja. Una vez más, cada caso es diferente. Cierto procedimiento que puede resultar beneficioso en un caso podría ser muy poco adecuado en otro. Eso es válido para las dietas reguladas, los medicamentos, la cirugía, la radioterapia, la quimioterapia, la quiropráctica y cualquier otro procedimiento o tratamiento. Existen infinidad de libros sobre lo que se debe hacer o dejar de hacer para curarse. Algunos métodos dan resultado en unos casos y en otros no. Hay enfoques totalmente opuestos. ¿Cómo determinar cuál es el más apropiado en tu caso en particular? ¿En qué especialista vas a confiar?
Jesús es el mejor de los médicos. Sabe más sobre tu organismo y cómo repararlo que todos los facultativos del mundo. Es más, Él entiende el funcionamiento de la totalidad del ser humano, y Sus soluciones buscan el bienestar de cuerpo, mente y espíritu. Aunque a veces se vale de médicos y terapias para facilitar la curación, el único que tiene verdadero poder para sanar es Él. En vista de que no hay sanación posible sin Su intervención de alguna manera, ¿por qué no dejarle tomar parte en el asunto en todos los casos, desde el principio y a todo nivel? Tal como Él mismo explica en las siguientes páginas, no hay nada que le complazca más.
Cuando necesites curarte de alguna dolencia, ante todo ponte en Sus manos y confía en Su amor. Si Él decide sanarte exclusivamente por medios sobrenaturales, es más que capaz de hacerlo. Si opta por recabar la ayuda de un equipo de médicos, Él desea presidirlo. Si resuelve sanarte instantáneamente, también está en condiciones de hacerlo. Si dispone, en cambio, que sufras físicamente por un tiempo para que te fortalezcas en espíritu, es prerrogativa Suya, y hará uso de ella con mucho amor. En última instancia, si prefiere sanarte por medio de la muerte -llevándote al Cielo, donde no hay más enfermedades, pesares ni sufrimiento-, esa también será una expresión de Su amor infalible.
En todo caso, Su intención no es simplemente sanar tu cuerpo hoy para que mañana puedas volver a enfermarte. Él podría repararte un millón de veces; pero tu cuerpo mortal seguiría sufriendo averías hasta el fin. Su objetivo es ayudarte a ser feliz, disfrutar de buena salud y sentirte satisfecho en esta vida mientras te prepara para la próxima. Él tiene un designio para tu vida, y las enfermedades son uno de los medios de los que se sirve para que te amoldes a Sus planes. Por sobre todas las cosas, sin embargo, Él quiere que desarrolles todo el potencial que tienes como persona.
Los mensajes de Jesús que reproducimos a continuación obviamente no abarcan todos Sus pensamientos sobre la curación ni todas las situaciones en que puedes verte. ¡Hay mucho más que Él podría decirte! Él desea abrir una línea directa de comunicación contigo para darte respuestas personalizadas y soluciones a tus problemas. Todos podemos escucharlo sin intermediarios. Él habla a cualquiera que crea en Él, que le pida con sinceridad que lo haga y que acepte por fe que lo que escucha mentalmente procede de lo alto. Buscar Su orientación y seguir Sus instrucciones es el paso más importante que se puede dar para gozar de buena salud.
Abre tu vida y tu corazón a Jesús para recibir Su sanación.
1. Efesios 6:12

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