No temas esta leve aflicción. Así como Yo aprendí obediencia al Padre por medio de las cosas que padecí, tú también aprenderás a caminar más cerca de Mí gracias al frágil estado en que te he puesto. Te conozco, te amo y velo por ti, tal como Mi Padre veló por Mí.
Yo también padecí aflicción. Experimenté dolor. Lloré. Sufrí las debilidades inherentes al ser humano por causa de ti. Las conozco y te comprendo, pues Yo experimenté y sentí lo que tú sientes. Me hice carne para poder entenderlas.
No temas tu debilidad, pues he oído tus oraciones, he visto tus lágrimas y Yo te respondo. Estoy aquí mismo, a tu lado, para consolarte con el mismo consuelo que me participó Mi Padre.
Recuerda que fui hombre de dolores y experimentado en quebrantos. Gracias a ello obtuve la bendición de gozar de mayor entereza de espíritu. Sufrí muchas aflicciones, pero gracias a ellas aprendí a depender más de Mi Padre. Aprendí que Su poder -y únicamente Su poder- bastaba para sostenerme. Cada aflicción, cada dificultad que afronté tenía un propósito.
Lo más importante de todo es que gracias a ello aprendí a mirar hacia arriba, a mantener la vista fija en el Cielo. Fue justamente en Mi debilidad y en Mis padecimientos que aprendí a valerme del gran poder de Mi Padre. Tuve que clamar a Él, apoyarme en Él con todo Mi peso, y apoyándome hallé fuerzas. Así crecí y aprendí, y vi que justamente en Mi debilidad yacía la mayor de todas las fortalezas.
Pide oración y pídeme que te sane, pues Yo soy el Gran Médico, el más maravilloso de los doctores. No solamente soy tu Médico, sino tu amoroso Salvador, y anhelo sanarte.
He aquí que soy el Buen Pastor. Di la vida para salvar a los perdidos. Entregué Mi cuerpo para sanar a los quebrantados. No en vano di todo eso, sufrí todo eso. Lo hice con el fin de estrechar a Mis hijos contra Mi seno, consolarlos, amarlos y concederles perdón, redención y sanidad.
Tengo los brazos extendidos. Llevo en las manos unas dádivas magníficas para estos hijos Míos quebrantados y dolientes, estos hijos Míos que lloran y padecen. Tengo valiosos presentes para estas ovejitas. Dádivas de amor, perdón, misericordia y sanidad. Todas esas cosas tengo en las manos, y os las daré generosamente si tan sólo extendéis la mano para tomarlas por fe.
Esas dádivas no se ganan con bondad y rectitud. Nunca podríais ser tan buenos como para haceros merecedores de los magníficos dones que os ofrezco. Simplemente os los obsequiaré. Basta con que extendáis la mano por fe y aceptéis Mi amor, Mi misericordia, Mi perdón y Mi sanidad.
No temas por estas batallas que libras y esta dolencia que padeces. No pienses que se trata de un castigo o reprensión de Mi mano. Solo ha sido una purificación, una depuración por medio de la cual he querido acercarte a Mí y testimoniar tu fe. Aun en tus momentos de pena, dolor y gran sufrimiento, todavía confías en Mí, todavía me amas y acudes a Mí con fe. Eso es excepcional. Constituye un gran testimonio.
No te preocupes de lo que otros piensen de ti. No temas que te consideren un fracaso, una persona inadaptada, una carga o alguien sobre quien pesa la mano del Señor. Más bien ten la seguridad de que Yo he optado por honrarte y privilegiarte con esta época de pruebas.
Satanás ha querido zarandearte como a trigo, mas Yo ruego continuamente por ti para que tu fe no te falte. Por eso, no especules que estas leves tribulaciones son un castigo por tus pecados.
Estas leves tribulaciones no son sino peldaños. Todas ellas redundan en tu bien por cuanto cumplen Mi voluntad y Mi propósito. Son escalones que llevan al terreno más alto y seguro de una fe y confianza más plenas en Mí.
Pongo ante ti estos peldaños multicolores para que en tu leve tribulación se cumplan muchos propósitos: llevarte a depender más de Mí, incrementar tu fe, inducirte a orar más, alentarte -en el momento en que participes de Mi curación- y comunicarte mayor poder. Orando y confiando en Mí durante tu leve tribulación no sólo estimularás y aumentarás tu fe, sino también la de aquellos que te rodean, quienes verán tu ejemplo de fe, confianza y apoyo en Mí en medio de tu sufrimiento.
Yo también padecí aflicción. Experimenté dolor. Lloré. Sufrí las debilidades inherentes al ser humano por causa de ti. Las conozco y te comprendo, pues Yo experimenté y sentí lo que tú sientes. Me hice carne para poder entenderlas.
No temas tu debilidad, pues he oído tus oraciones, he visto tus lágrimas y Yo te respondo. Estoy aquí mismo, a tu lado, para consolarte con el mismo consuelo que me participó Mi Padre.
Recuerda que fui hombre de dolores y experimentado en quebrantos. Gracias a ello obtuve la bendición de gozar de mayor entereza de espíritu. Sufrí muchas aflicciones, pero gracias a ellas aprendí a depender más de Mi Padre. Aprendí que Su poder -y únicamente Su poder- bastaba para sostenerme. Cada aflicción, cada dificultad que afronté tenía un propósito.
Lo más importante de todo es que gracias a ello aprendí a mirar hacia arriba, a mantener la vista fija en el Cielo. Fue justamente en Mi debilidad y en Mis padecimientos que aprendí a valerme del gran poder de Mi Padre. Tuve que clamar a Él, apoyarme en Él con todo Mi peso, y apoyándome hallé fuerzas. Así crecí y aprendí, y vi que justamente en Mi debilidad yacía la mayor de todas las fortalezas.
Pide oración y pídeme que te sane, pues Yo soy el Gran Médico, el más maravilloso de los doctores. No solamente soy tu Médico, sino tu amoroso Salvador, y anhelo sanarte.
He aquí que soy el Buen Pastor. Di la vida para salvar a los perdidos. Entregué Mi cuerpo para sanar a los quebrantados. No en vano di todo eso, sufrí todo eso. Lo hice con el fin de estrechar a Mis hijos contra Mi seno, consolarlos, amarlos y concederles perdón, redención y sanidad.
Tengo los brazos extendidos. Llevo en las manos unas dádivas magníficas para estos hijos Míos quebrantados y dolientes, estos hijos Míos que lloran y padecen. Tengo valiosos presentes para estas ovejitas. Dádivas de amor, perdón, misericordia y sanidad. Todas esas cosas tengo en las manos, y os las daré generosamente si tan sólo extendéis la mano para tomarlas por fe.
Esas dádivas no se ganan con bondad y rectitud. Nunca podríais ser tan buenos como para haceros merecedores de los magníficos dones que os ofrezco. Simplemente os los obsequiaré. Basta con que extendáis la mano por fe y aceptéis Mi amor, Mi misericordia, Mi perdón y Mi sanidad.
No temas por estas batallas que libras y esta dolencia que padeces. No pienses que se trata de un castigo o reprensión de Mi mano. Solo ha sido una purificación, una depuración por medio de la cual he querido acercarte a Mí y testimoniar tu fe. Aun en tus momentos de pena, dolor y gran sufrimiento, todavía confías en Mí, todavía me amas y acudes a Mí con fe. Eso es excepcional. Constituye un gran testimonio.
No te preocupes de lo que otros piensen de ti. No temas que te consideren un fracaso, una persona inadaptada, una carga o alguien sobre quien pesa la mano del Señor. Más bien ten la seguridad de que Yo he optado por honrarte y privilegiarte con esta época de pruebas.
Satanás ha querido zarandearte como a trigo, mas Yo ruego continuamente por ti para que tu fe no te falte. Por eso, no especules que estas leves tribulaciones son un castigo por tus pecados.
Estas leves tribulaciones no son sino peldaños. Todas ellas redundan en tu bien por cuanto cumplen Mi voluntad y Mi propósito. Son escalones que llevan al terreno más alto y seguro de una fe y confianza más plenas en Mí.
Pongo ante ti estos peldaños multicolores para que en tu leve tribulación se cumplan muchos propósitos: llevarte a depender más de Mí, incrementar tu fe, inducirte a orar más, alentarte -en el momento en que participes de Mi curación- y comunicarte mayor poder. Orando y confiando en Mí durante tu leve tribulación no sólo estimularás y aumentarás tu fe, sino también la de aquellos que te rodean, quienes verán tu ejemplo de fe, confianza y apoyo en Mí en medio de tu sufrimiento.
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