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lunes, 13 de diciembre de 2010

Amar al prójimo


Mi deseo es enseñarte a amar con un amor más grande, que abras los ojos al amor incondicional, que aprendas lo que significa, que participes de él, lo pongas en práctica y aprendas a amar al prójimo sin reservas.
Deseo que ahora contemples a cada uno como Yo lo contemplo: con amor infinito, inconmensurable, que aprendas a amar tal como se te ha amado a ti.
Aprende a amar a los demás con el mismo amor que te ha ayudado a salir adelante en muchas situaciones difíciles, el amor que te ha dado fuerzas para seguir adelante, el amor que te ha ayudado a perdonar, el amor que te ha permitido sincerarte: Mi amor.

Recibe la dádiva de amor que te ofrezco para que la entregues a los demás. ¿Cómo se recibe? Tal como recibirías cualquier otro regalo Mío: pidiendo, aceptando y creyendo. Y luego, ¿cómo compartes ese regalo con tus semejantes? Paso a paso, realizando un acto de amor seguido de otro, seguido de otro…
Recibe, pues, Mi ungimiento y aplícalo a situaciones concretas día tras día, paso a paso. Materialízalo de acto en acto, de palabra en palabra. En la medida en que hagas un esfuerzo para dar, compartir y amar, Yo te lo compensaré con creces. Verteré en ti un amor mayor, un nuevo amor, un amor fortalecedor.
Por tanto, no temas; simplemente recibe. Abre el corazón y di que sí. Abre el corazón y di: «Quiero tenerlo». Abre el corazón y recíbelo. Dará fruto en tu vida y en la vida de los que te rodean, de las personas a las que veas y con quienes tengas relación.

Hay muchas formas de manifestar Mi amor. Por ejemplo, puedes dar un saludo caluroso en vez de una mirada indiferente. Puedes tomar unos momentos para responder a una pregunta con consideración y franqueza, en vez de hacerlo ligero y aprisa, con lo que los demás se sienten subestimados o piensan que son un estorbo.
Mi amor se manifiesta de muchas formas: a base de perdón, de misericordia, de ternura, de amabilidad, de sencillez; con palabras de amor, de aliento y de elogio; con todo lo bueno y positivo que puedas decir de alguien; mediante pequeños actos de consideración; estimulando y recompensando a los demás; preocupándote por ellos; mostrándote atento; entregándote a ellos; dedicando tiempo a conversar, a escuchar y a compartir; ayudando a llevar la carga; rebajándote si hace falta para ayudar a una persona.

Cuando otros te fallen o cometan lo que a tu modo de ver son errores, en vez de contrariarte y estallar en ira, di: «Ruego por ellos. Los aprecio mucho. Quiero ayudarlos y facilitarles las cosas.» Abriga pensamientos amorosos por aquellas personas que te desesperan. Ora por ellas.
Gracias a esas oraciones y pensamientos, el amor que tienes en el corazón podrá impregnar tu espíritu y vencerá el orgullo y el egoísmo.

Hay dos vías: la de la resistencia y la de la sumisión. La de la sumisión es la vía fácil. Como cuando dos cabras coinciden frente a frente en un angosto sendero de montaña, y en lugar de embestirse, una se echa para dejar que la otra le pase por encima. Así quiero que hagas tú. De lo contrario no hay sino enfrentamiento y choque de cabezas. Es mucho más fácil echarse y dejar que la otra persona pase por encima. Te digo que lo dejes pasar, déjalo pasar.
Las cosas te resultarían más fáciles si cedieras y te doblegaras. No me refiero sólo a someterte a Mí, sino a avenirte a otras personas, estimando a los demás como superiores a ti misma. Debes adquirir esa humildad elemental, esa sencillez, ese amor. Así podré servirme de los dones que te he concedido.
Procura ser humilde. Esfuérzate por obrar con amor. Pon empeño en adquirir bondad y comprensión. Estas virtudes son joyas de gran valor que puedes lucir y que harán resaltar en ti la verdadera belleza de Dios. Busca la sencillez. Busca ser amorosa. Busca ser gentil. Sé que tienes esas cualidades, pues conozco bien tu corazón. Sé que en las fuentes de tu corazón están presentes esos deseos de estar llena de amor, de obrar con amor, de ser humilde, tierna, bondadosa, paciente y comprensiva. Mas para que en tu corazón afloren todas esas virtudes es preciso que te despojes del orgullo y el egoísmo.

Hay muchas cosas que te impiden amar. Pero te indicaré la forma de echar abajo esos obstáculos e impedimentos y te ayudaré a convertirte en una vasija de Mi amor.
Primero debes dejar que te llene. Una vasija oscilante, inquieta, no se puede llenar. Es preciso que estés quieto. Debes darme tiempo para llenarte. Debes ser como un vaso vacío, destapado e inmóvil que aguarda que Yo lo llene.
¿Piensas que puedes verter amor de tu propia fuente? Muy pronto descubrirás que tu amor será hallado falto. Cuando tengas roces con los demás, te fastidiarán sus idiosincrasias y peculiaridades. Ello dará pie a que pienses: «¿Dónde está ese gran amor que presumiblemente tengo?» Eres incapaz por ti mismo; hasta las cosas más nimias te irritarán. Mas con Mi poder sí puedes. Si te llenas de Mí y de Mi grandioso amor, tendrás más que suficiente. Ese amor rebosará sobre toda persona con la que te encuentres.
Si pasas ratos conmigo, saldrás de tus aposentos reflejando Mi amor en tu rostro. Quienes te vean sabrán que no es cosa tuya, sino Mía. Reconocerán que no es algo que provenga de tu propia fuerza, de tu propia energía. Sabrán que no es una costumbre que has adquirido o una destreza que posees. Si te retiras a tus aposentos y pasas tiempo conmigo, Yo te enseñaré a amar.

Yo soy el Creador de todas las cosas y juzgo el corazón. Conozco el corazón del hombre. Sé todo lo que en él se aloja. Por tanto, Mi juicio es justo y verdadero. El día del juicio, cuando comparezcáis delante de Mí, y se haga un repaso de vuestra vida, Yo juzgaré según cada acto y designio del corazón. De ese modo emitiré un justo juicio. He aquí que conozco el corazón del hombre, y no hay nada que me sea oculto.
Cuando pretendáis hacer algo, sabed que Yo veo y entiendo los pensamientos e intenciones de vuestro corazón. Que todos vuestros actos estén impulsados por el amor, Mi amor, amor entre vosotros y amor por Mí.

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