TRADUCTOR DE LA PAGINA EN OTROS IDIOMAS

lunes, 13 de diciembre de 2010

El perdón divino


Mi preciado hijo, mi hijo arrepentido y perdonado. He visto tus lágrimas. Sentí tu remordimiento. Ven a Mis brazos compasivos y misericordiosos y deja que te libre de toda pesadumbre y sentimiento de condenación.
A quien mucho se le perdona, mucho ama, mucho escarmienta por los errores cometidos y aprende a perdonar a los demás por sus errores. La mirada de juicio y crítica cambia en mirada de amor y perdón, pues sabe cuánto se le ha perdonado. Se le ha dado una nueva oportunidad para vivir, una nueva perspectiva, un nuevo ideal.

Todo ser humano ha cometido alguna falta de la cual se arrepiente. Puede que te sientas muy mal por algo que has hecho. Lo lamentas y te resulta difícil superar el remordimiento por los errores cometidos. Desearías poder desandar lo andado y cambiarlo todo, volver a actuar sin cometer los mismos errores. Cuando repasas esas escenas o malas acciones en que incurriste, te abates y te condenas. El remordimiento y el pesar te abruman.
Pero Yo no te condeno. No me fijo en el pasado ni en los errores cometidos ni los guardo contra ti. No te contemplo con mirada de condenación. Si has pedido perdón y éste se te ha concedido, debes dejar atrás el remordimiento y el pesar. De otro modo, Satanás no deja de valerse de eso para impedir el flujo de Mi amor.
No debes permitir que el espíritu de desazón, remordimiento o condenación te abrumen y te hundan. Esas cosas son del Diablo. Simplemente debes pedir perdón y dejarte perdonar. A partir de ahí no hay por qué angustiarse. No significa que hayas hecho algo que no te haya pesado, sino que ya no das lugar al remordimiento.
Ya no recuerdo tus pecados ni los guardo contra ti. Los borro de Mi memoria porque te amo. He escuchado tus oraciones y te perdono todos tus pecados. Acepta mi clemencia y líbrate de la autocensura. Acepta el poder redentor de Mi sangre, que te limpia de todo pecado.

En los momentos sombríos, Yo seré tu luz. En los momentos de tristeza, seré tu alegría. En los momentos de lucha, seré tu liberación. En los momentos de debilidad, te infundiré fuerzas. En los momentos de incertidumbre, Yo seré tu explicación. En momentos de duda, seré fe para ti. Y algo más importante todavía: soy amor para ti. Te amo y te perdono.
No te desanimes, pues; no te descorazones. No mires atrás. No sientas remordimiento por errores o pecados cometidos. Lo pasado ya pasó. He cubierto esos errores y pecados. Lo que era como la grana será emblanquecido como la nieve. Como está lejos el oriente del occidente hice alejar de ti tus pecados.
Desde el primer momento en que imploras Mi perdón, desde el preciso instante en que clamas a Mí, te concedo Mi perdón. Por tanto, no hay ya motivo para que sigas preocupándote, temiendo y llevando la carga tú mismo.

Amada hija, te ruego que acudas a Mí ahora y contemples Mi rostro. ¿Qué ves? Mira atenta y detenidamente. ¿Ves en Mi mirada condenación o enojo? No. Mis ojos no reflejan sino amor, ternura y perdón para ti.
En las manos que te extiendo, ¿notas alguna intención de colocar sobre ti pesos de culpa, condenación y remordimiento? ¿Es eso lo que te traigo en Mis manos? En modo alguno. Mira bien. Mis manos fueron traspasadas por clavos. Lo que traigo en ellas es perdón, pues ya pagué por ti. Ya cargué con todos tus pecados: los pasados y los futuros. Ya tomé sobre Mí tus pecados. Desde este momento levanto de ti el peso de la culpa, el remordimiento y la condenación.
En este momento levanto esa carga de tu pecho y coloco en su lugar una blanca paloma de perdón. Sustituyo esa carga por el bálsamo de Mi amor y comprensión. La sustituyo por la sangre que derramé por ti en el Calvario cuando entregué la vida para que hallaras perdón, libertad y paz interior y te libraras de la carga que supondría tener que expiar tú misma tus pecados.
Te ruego que aceptes esa blanca paloma del perdón, el bálsamo de Mi amor y el poder curativo de la sangre que derramé por ti. ¿No comprendes que desde este mismo momento hay paz para ti?

He aquí que soy el Buen Pastor. Di la vida para salvar a los perdidos. Entregué Mi cuerpo para sanar a los quebrantados. No en vano sufrí todo eso. Lo hice para poder estrechar a Mis hijos contra Mi seno, consolarlos, amarlos y concederles perdón, redención y sanidad.
Tengo los brazos extendidos. Llevo en las manos magníficas dádivas para vosotros, hijos Míos, que estáis quebrantados y dolientes, que lloráis y padecéis. Tengo valiosos presentes para vosotros. Dádivas de amor, perdón, misericordia y sanidad. Todas esas cosas tengo en las manos, y os las daré generosamente si tan sólo extendéis la mano para tomarlas con fe.
Esas dádivas no se ganan a base de bondad y rectitud. Nunca podríais alcanzar tal grado de bondad como para haceros merecedores de los magníficos dones que os ofrezco. Mas os los daré gratuitamente si extendéis la mano por fe y aceptáis Mi amor, Mi misericordia, Mi perdón y Mi sanidad.

Si te presentaras ante Mí ahora, Mi amor te inundaría de tal manera que todos los pesares, los dolores y los malentendidos de ayer y de hoy se disiparían sin dejar rastro. Tan enorme es el amor que te tengo que no da lugar a la tristeza ni a la condenación. De presentarte ante Mí, Yo no te comunicaría más que amor y aceptación totales. Sabrías que todo te ha sido perdonado. No hay causa de temor en Mí. Yo me llevo todos los temores. En Mi amor no hay temor.
A pesar de que todavía moras en carne humana, confía en que el amor que te tengo no es menos intenso que el que te demostraré cuando llegues aquí y te presentes ante Mí. No estoy en este momento más distante de lo que estaré entonces. Tan presente estoy contigo en este momento como lo estaré entonces. Obtienes hoy el mismo perdón que obtendrás entonces. Nada tengo contra ti. Eres Mi tesoro, Mi amor.
Estoy tan enamorado de ti que Mi vista no capta ninguno de tus fallos e imperfecciones. El amor me ciega y me hace ver más allá de tus faltas y equivocaciones. Es un amor que solo ve lo bueno y las posibilidades que los demás no alcanzan a distinguir.
No te vigilo garrote en mano listo para atizarte al más mínimo error. No estoy a la espera de que tropieces y caigas para meterte otra vez en vereda de un estacazo. ¿Cómo iba a hacer eso? Yo también me he encontrado en tu lugar. Yo también adopté el manto de carne humana a fin de llegar a conocerte y a comprenderte cabalmente. Conozco las contrariedades que experimentas, cada uno de tus anhelos, la insuficiencia de la carne humana y hasta tus pecados ocultos. Me identifico con tu humanidad. Por ello he prometido que tendré misericordia de ti. Mis pensamientos para contigo son de paz, perdón, paciencia y compasión.

No me hables de tus errores. Yo te pregunto: ¿Qué errores? ¿Qué defectos? ¿Qué fracasos? No me hables del pasado. Para Mí no existe el pasado. No puedo decir que tengas imperfecciones o debilidades, porque en este momento no las veo. Cuando te miro, cuando observo tu corazón, para Mí ya no existen tus debilidades. Se esfuman a causa del gran amor que te tengo, el cual lo eclipsa todo. Ni se te ocurra, pues, explicarme lo innoble que eres, que no te servirá de nada. Te amo demasiado para notarlo.

¡Cuánto te amo! ¡Cómo deseo tenerte aquí en Mis brazos para siempre! Mi amor por ti es paciente y bondadoso. No quiero alejarte; ¡no lo soportaría! No soy un tirano que pretende que entres al Cielo a fuerza de latigazos. Soy gentil y lento para la ira con los que me aman. Para ti que guardas Mis testimonios, Mis caminos son sendas de misericordia y verdad. En la multitud de Mi misericordia te recibo. Jamás pretendería rechazarte. Prodigo misericordia y verdad a los que procuran hacer el bien.
Mis caminos son sendas de misericordia y, como he dicho, con misericordia y verdad se corrige el pecado. Te doy esto, amada, para que con Mi misericordia y Mi verdad encuentres el camino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario