La felicidad de espíritu es mucho mayor que la de la carne. La conservas siempre contigo. Jamás cesa. Ni la noche más solitaria ni las nubes más grises pueden privarte de ella.
La felicidad de la carne es temporal. Un sentimiento efímero que depende de tu estado de ánimo, de las circunstancias que te rodean, de lo visible y lo tangible. En cambio, la felicidad de espíritu proviene de saber que Yo soy tu Salvador y que me intereso por ti.
La felicidad que Yo brindo es tan constante como el sol. ¿Acaso cuando el sol se pone por la tarde y desaparece en el horizonte te angustias pensando que se ha ido para siempre? ¿Dices a alguien: «Ya no hay sol en nuestra vida»? No. Es constante. Siempre es. Aunque cae la noche y no puedes verlo, nunca dudas de su existencia ni de que volverá a salir a la mañana siguiente. Así es la felicidad de espíritu: por muy presente que está, cuando cae la noche la pierdes de vista. Ese entonces es el momento de confiar y descansar hasta la mañana siguiente, cuando volverá a aparecer.
El gozo del Señor es tu fortaleza. ¿Cómo se obtiene ese gozo? En realidad, es sencillo: ámame con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y acuérdate también de amar a los demás. No te preocupe lo que piensen ni cuáles sean sus opiniones. Ten simplemente gestos de amor y de humildad. De hecho, la gente te respetará aún más si lo haces.
No olvides manifestar amor y desvelo por los que te rodean, y Yo te colmaré de Mi gozo, Mi paz y Mi felicidad.
Cuando el corazón del hombre está vacío, se siente infeliz e insatisfecho; ansía ser feliz y saciar el hambre que padece. Mira a su alrededor y ve lo que el mundo tiene por atractivo, y trata de llenar con ello ese vacío. Lo que no ve ni comprende es que para beneficiarse plenamente de Mis promesas debe cumplir con la parte que le toca.
Para algunos no es fácil, pues piensan que no hallarán felicidad en sacrificarse o entregarse por entero a Mí. No ven cómo eso podría hacerlos más felices o llenar esa sensación de vacío que los aflige interiormente.
En cambio, los que lo entregan todo por amor a Mí, los que entregan su vida desinteresadamente, rendidos a Mí, experimentan los verdaderos placeres y éxtasis de Mi Espíritu, los cuales no tienen comparación con ninguna otra cosa de este mundo. Eso llena el corazón como ninguna otra cosa. Mas la única forma de obtener esa satisfacción es a través de la entrega y sumisión totales a Mí.
Los sentimientos y emociones que experimentas son consecuencia directa de las decisiones que tomas, de los pensamientos que albergas, de las veces que optas por obrar abnegadamente, de las ocasiones en que te pones en el lugar de otra persona y dejas que tu corazón se quiebre y sea movido a compasión y amor.
Yo te premio con sentimientos de amor, unidad y felicidad. Te los otorgo según las decisiones que tomes y las opciones que elijas, es decir, según la forma en que por voluntad propia actúas, te brindas, reaccionas, te sacrificas y comprendes a los demás.
El gozo del Señor es tu fuerza. Es Mi voluntad que halles gran dicha y placer en servirme y amarme. Me alegra verte pasándolo bien, verte contento y riendo. Me agrada verte reír. Me complace verte feliz. Así pues, vive contento, pásalo bien y disfruta de la vida. Goza de tus comidas, de tu casa, de tus ratos de ejercicio, de tu trabajo, de los momentos que pasas en compañía de otros. Al disfrutar de todo eso me disfrutas a Mí. Me place verte feliz: de modo que sé feliz. No te inhibas de reír y de pasarlo bien.
Si bien llamo a todos con los brazos abiertos para que vengan y se entreguen a Mí, y así pueda Yo comunicarles Mi amor, Mi felicidad, Mi ungimiento, Mi satisfacción y Mi fortaleza, son muy pocos los que optan por acercarse y darse por entero a Mí.
¡Si supieras! Si pudieras ver lo que anhelo darte. ¡Cuánto ansío estrecharte en Mis brazos, volver realidad todos tus deseos y hacer estallar tu corazón de alegría, de forma que se desborde y derrame Mi amor sobre los demás! He ahí la verdadera felicidad y contentamiento.
Criatura mía, te parece que no tienes mucho que aportar. Sin embargo, si te fijas en los que no tienen ni saben nada, comprenderás lo rico que eres, lo verdaderamente acaudalado que eres en espíritu.
Considera lo siguiente: ¿Cómo te sentirías si ni siquiera me conocieras? ¿Qué pasaría si ni siquiera supieras que después de morir vendrías a Mis brazos? Imagínate que no supieras que Mi amor incondicional está a tu disposición, aun cuando no lo percibes. Supón que no supieras que te aguardan recompensas por todo lo que has hecho por Mí. ¿Cómo sería si ni siquiera supieras que la vida tiene una finalidad, que existe un Ser Superior, un Poder mayor que tú, capaz de proporcionarte respuestas, soluciones, salud, milagros, orientación, fortaleza y amor?
Imagina que no tuvieras nada de eso. Luego de ponerte en ese caso, echa nuevamente una mirada a tu vida y date cuenta de lo rico que eres en realidad y de los muchos bienes que posees: los bienes de Mi Espíritu, Mis Palabras.
Entrégame tu ser, tu espíritu, tu corazón, tu vida, y te daré felicidad. Te concederé dones que te reportarán satisfacción y dicha, de tal manera que te regocijarás con gran alegría.
La felicidad de la carne es temporal. Un sentimiento efímero que depende de tu estado de ánimo, de las circunstancias que te rodean, de lo visible y lo tangible. En cambio, la felicidad de espíritu proviene de saber que Yo soy tu Salvador y que me intereso por ti.
La felicidad que Yo brindo es tan constante como el sol. ¿Acaso cuando el sol se pone por la tarde y desaparece en el horizonte te angustias pensando que se ha ido para siempre? ¿Dices a alguien: «Ya no hay sol en nuestra vida»? No. Es constante. Siempre es. Aunque cae la noche y no puedes verlo, nunca dudas de su existencia ni de que volverá a salir a la mañana siguiente. Así es la felicidad de espíritu: por muy presente que está, cuando cae la noche la pierdes de vista. Ese entonces es el momento de confiar y descansar hasta la mañana siguiente, cuando volverá a aparecer.
El gozo del Señor es tu fortaleza. ¿Cómo se obtiene ese gozo? En realidad, es sencillo: ámame con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, y acuérdate también de amar a los demás. No te preocupe lo que piensen ni cuáles sean sus opiniones. Ten simplemente gestos de amor y de humildad. De hecho, la gente te respetará aún más si lo haces.
No olvides manifestar amor y desvelo por los que te rodean, y Yo te colmaré de Mi gozo, Mi paz y Mi felicidad.
Cuando el corazón del hombre está vacío, se siente infeliz e insatisfecho; ansía ser feliz y saciar el hambre que padece. Mira a su alrededor y ve lo que el mundo tiene por atractivo, y trata de llenar con ello ese vacío. Lo que no ve ni comprende es que para beneficiarse plenamente de Mis promesas debe cumplir con la parte que le toca.
Para algunos no es fácil, pues piensan que no hallarán felicidad en sacrificarse o entregarse por entero a Mí. No ven cómo eso podría hacerlos más felices o llenar esa sensación de vacío que los aflige interiormente.
En cambio, los que lo entregan todo por amor a Mí, los que entregan su vida desinteresadamente, rendidos a Mí, experimentan los verdaderos placeres y éxtasis de Mi Espíritu, los cuales no tienen comparación con ninguna otra cosa de este mundo. Eso llena el corazón como ninguna otra cosa. Mas la única forma de obtener esa satisfacción es a través de la entrega y sumisión totales a Mí.
Los sentimientos y emociones que experimentas son consecuencia directa de las decisiones que tomas, de los pensamientos que albergas, de las veces que optas por obrar abnegadamente, de las ocasiones en que te pones en el lugar de otra persona y dejas que tu corazón se quiebre y sea movido a compasión y amor.
Yo te premio con sentimientos de amor, unidad y felicidad. Te los otorgo según las decisiones que tomes y las opciones que elijas, es decir, según la forma en que por voluntad propia actúas, te brindas, reaccionas, te sacrificas y comprendes a los demás.
El gozo del Señor es tu fuerza. Es Mi voluntad que halles gran dicha y placer en servirme y amarme. Me alegra verte pasándolo bien, verte contento y riendo. Me agrada verte reír. Me complace verte feliz. Así pues, vive contento, pásalo bien y disfruta de la vida. Goza de tus comidas, de tu casa, de tus ratos de ejercicio, de tu trabajo, de los momentos que pasas en compañía de otros. Al disfrutar de todo eso me disfrutas a Mí. Me place verte feliz: de modo que sé feliz. No te inhibas de reír y de pasarlo bien.
Si bien llamo a todos con los brazos abiertos para que vengan y se entreguen a Mí, y así pueda Yo comunicarles Mi amor, Mi felicidad, Mi ungimiento, Mi satisfacción y Mi fortaleza, son muy pocos los que optan por acercarse y darse por entero a Mí.
¡Si supieras! Si pudieras ver lo que anhelo darte. ¡Cuánto ansío estrecharte en Mis brazos, volver realidad todos tus deseos y hacer estallar tu corazón de alegría, de forma que se desborde y derrame Mi amor sobre los demás! He ahí la verdadera felicidad y contentamiento.
Criatura mía, te parece que no tienes mucho que aportar. Sin embargo, si te fijas en los que no tienen ni saben nada, comprenderás lo rico que eres, lo verdaderamente acaudalado que eres en espíritu.
Considera lo siguiente: ¿Cómo te sentirías si ni siquiera me conocieras? ¿Qué pasaría si ni siquiera supieras que después de morir vendrías a Mis brazos? Imagínate que no supieras que Mi amor incondicional está a tu disposición, aun cuando no lo percibes. Supón que no supieras que te aguardan recompensas por todo lo que has hecho por Mí. ¿Cómo sería si ni siquiera supieras que la vida tiene una finalidad, que existe un Ser Superior, un Poder mayor que tú, capaz de proporcionarte respuestas, soluciones, salud, milagros, orientación, fortaleza y amor?
Imagina que no tuvieras nada de eso. Luego de ponerte en ese caso, echa nuevamente una mirada a tu vida y date cuenta de lo rico que eres en realidad y de los muchos bienes que posees: los bienes de Mi Espíritu, Mis Palabras.
Entrégame tu ser, tu espíritu, tu corazón, tu vida, y te daré felicidad. Te concederé dones que te reportarán satisfacción y dicha, de tal manera que te regocijarás con gran alegría.
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