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lunes, 13 de diciembre de 2010

Apoyo en momentos de prueba


He oído tu oración, he visto tus lágrimas. Son preciosas a Mis ojos. Aunque te parezca que esta temporada es una de las más infelices que has vivido, para Mí es una época muy valiosa. Te siento más cerca de Mi corazón que nunca. Al tomarte en Mis manos y percibir la belleza de tus lágrimas, de las oraciones que elevas a Mí, de tu entrega y de tu humildad que se manifiesta cuando te pones a Mis pies y dices: «Nada traigo en las manos; sólo a Tu cruz me aferro»… al ver esto, me lleno de amor por ti. Te acerco a Mi corazón y te consuelo.
Mas debes aceptar Mi consuelo. Debes tener fe para aceptar y tomar lo que te ofrezco. No es nada que puedas merecer o esforzarte por conseguir. Deseo dártelo gratuitamente, porque te amo.
Debes decidirte por aceptar Mi paz y consuelo. Esta situación, que a ti te parece interminable, en realidad es momentánea de cara a la eternidad. Por tu fe recibirás un generoso galardón.

No temas que se te parta el alma. No temas el llanto, porque por la noche durará el lloro, pero luego habrá alegría y el resplandor del sol se reabrirá camino en tu vida. El pesar que te embarga se disipará por completo, y te daré un nuevo comenzar.
Conforme avances por la senda de Mi perfecta voluntad, irás de poder en poder. Notarás Mi bendición sobre ti. Hallarás gran gozo, satisfacción y amor. Descubrirás nuevos alicientes e inspiración.
En lo futuro verás las cosas a las que te aferrabas -y que ahora estás dispuesto a renunciar- como cargas que echaron alas. Con la ayuda de los vientos de Mi Espíritu te remontarás más alto de lo que creías posible y gozarás de mayor libertad de la que hubieras podido concebir.

Cuando a tu alrededor se desaten tempestades, y los vientos de la aflicción, de la adversidad y de las dificultades te zarandeen y te arrastren de un lado a otro, ven un rato a Mis aposentos, y permanece ahí hasta que hayan pasado esas calamidades. Acércate a Mis cálidos brazos. Reposa la cabeza en Mi hombro; ya verás que cuidaré bien de ti. Te acariciaré la frente y haré que se disipen las montañas de dificultades.
El refugio que te he prometido no es otro que el alivio que brinda Mi amor, el consuelo de Mis brazos, la paz que fluye de Mi corazón hacia el tuyo, que te colma y te envuelve, que transporta tu espíritu a la esfera celestial donde lo verás todo con otros ojos.
En esos momentos de quietud, cuando disfrutamos de íntima comunión, puedo hacer que veas las cosas de otro modo. Puedo infundirte nuevas ideas, nuevos pensamientos. Si entras al aposento de Mi refugio, verás todo lo que puedo hacer por ti.

Yo comprendo las pruebas a que son sometidos los corazones de los hombres, la profunda desesperación y el intenso desaliento que los invade. Comprendo el enorme sentimiento de pérdida que experimentan, pues Yo tuve que separarme de Mi Padre para ir a la Tierra y luego dejar a los que tanto quería en la Tierra para retornar a Mi Padre.
Comprendo lo que es padecer un intenso dolor y sufrimiento, pues Yo también grité de dolor cuando clavos me atravesaron las manos y los pies. Comprendo lo que es sentirse abandonado por los que te aman, sí, incluso por Mi propio Padre. De ahí que exclamé: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?»
También comprendo lo que es verse embargado por un intenso temor, el miedo de encarar lo que se avecina, a causa del dolor y pesar que traerá. Por eso dije: «Padre, pasa de Mí esta copa».
Comprendo asimismo lo que es sentirse totalmente abandonado, ya que los que más me querían me dieron la espalda en el momento en que era llevado cautivo. Sé además cuánto duele que te traicione la persona que tanto estimas. Judas me traicionó con un beso.
¿No me compadecí acaso de tu debilidad? ¿Crees que no comprendo esos calvarios y que no siento gran compasión de ti? Se me parte el corazón al ver tu dolor, tu lucha, al verte atravesar épocas de prueba, de purga y purificación. Se me parte el alma cuando te sumes en la desesperanza y te sientes perdida y abandonada, cuando te aferras con todas tus fuerzas y, sin embargo, te parece que ya no hay a qué aferrarse.
Aunque Mi Padre no dejó que pasara de Mí esa copa… aunque vi cómo huían de Mi lado Mis amados en la hora de Mi angustia… aunque me traicionó uno a quien Yo amaba… aunque clavos me atravesaron manos y pies… aunque me dieron muchos azotes y tuve la sensación de que Mi Padre me abandonaba… aunque tuve que pasar por la muerte… todo ello dio lugar a una gran victoria y renovación y una magnífica salvación.
Así reine la oscuridad y no veas nada, ten la seguridad de que te tengo rodeada con Mis brazos. Te pido que confíes en Mí cuando te encuentres en las profundidades, que confíes en Mí en medio de la desesperación, cuando te duela el corazón, cuando te hayas desprendido de lo que más quieres. Si aceptas beber de esta copa, si estás dispuesta a decir: «No se haga mi voluntad, sino la Tuya», tú también experimentarás una gloriosa victoria que superará con mucho todo lo que has conocido hasta ahora.
Te amo desde lo más hondo de mi corazón. Aunque afrontas dolor, sufrimiento, penalidades y tristezas, ten la tranquilidad de que puedes afrontarlos con mucha fe, confiando en Mí, en Mi Palabra y en todo lo que he prometido; no te defraudaré.
Confía en Mí, aun cuando tengas que soportar penas, dolor y pérdidas. Sabe que nunca te abandonaré si clamas a Mí, si me buscas y escudriñas Mis Palabras, si retienes la corona que he colocado sobre tu cabeza. Si aguantas su peso, te recompensaré con gran paz, amor y entendimiento. Te diré: «Bien, buen siervo y fiel. ¡Ven a Mis amorosos brazos!», tal como me dijo Mi Padre cuando me abrazó agradecido por el sacrificio que Yo había hecho y el sufrimiento que había soportado.

La vida está llena de altibajos. Hay ciclos en que las cosas van bien; luego van mal; y finalmente Yo te doy victorias y todo vuelve a andar bien. Debes afe­rrarte a Mí, buscarme y seguirme en cada ciclo de la vida.
Cuando te encuentres con obstáculos, pruebas, bata­llas y dificultades, no dejes que te desanimen. No andes abatido ni preocupado pensando que no se van a resolver o que no vas a obtener la victoria. Te digo que sí la obtendrás, que todo ello forma parte de un ciclo. Basta simplemente con pasar por esa fase del ciclo para salir victorioso.
Yo dispuse esos ciclos para que cuando surgieran problemas y dificultades te pudieras poner a la altura de e­llos y encararlos con fe. Combates, ganas y de ahí pasas a la siguiente fase: la de la victoria, los progresos y los avances. Luego encuentras otros desafíos, otras bata­llas, otras pruebas, y una vez más tienes que luchar, aceptar el reto, buscarme y clamar a Mí para superarlos, salir nuevamente de esa fase del ciclo y lograr una nueva victoria.
Podría compararse con una rueda: la parte que está a­rriba baja y vuelve a subir. Así se genera el movimiento, por el cual el vehículo puede trasladarse hacia adelante. Eso mismo se logra a través de los ciclos: contribuyen a que avances.
Debes, pues, aceptar esas oportunidades de avanzar, buscarme y obtener esos triunfos para que el ciclo se siga dando ininte­rrumpidamente y la rueda continúe girando y avanzando. De ese modo avanzarás sin cesar, crecerás y seguirás siempre adelante, siempre en ascenso, hasta alcanzar la victoria.

Te preguntas: «¿Por qué, Señor? ¿Por qué tengo que pasar por tantos trances y penalidades? ¿Será que te estoy desagradando? Te amo. ¿Por qué tengo que sufrir estas vicisitudes?»
Muchos cristianos a lo largo de los siglos se han planteado lo mismo. En todos los casos Mi Espíritu estaba obrando en ellos. A menos que se volvieran débiles, Yo no podía hacerme fuerte en ellos. A menos que se quebrantaran, Yo no podía enseñarles a ser compasivos; no podía enseñarles la empatía, el sincero interés que les hacía falta tener por los demás. No podía concederles todos los hermosos dones de Mi Espíritu que traen aparejados los apuros y los quebrantos.
Por medio de esas aflicciones te estoy enseñando a luchar, no con tu propia fortaleza, sino con Mis fuerzas, valiéndote de la oración y acudiendo a Mí por cada cosa que se te presenta en la vida.

La grandeza que Dios da proviene de las pruebas y el sufrimiento y de la confianza que se deposite en Él. La fortaleza y el poder que buscas no se alcanzan como pensabas. Esas virtudes no se hallan por la vía de la glorificación que persiguen los hombres; se llega a ellas por el sendero de Dios, la senda humilde, la de la sencillez.
Acude a Mí en tus momentos de pesadumbre y angustia. ¡Clama a Mí! ¡Aférrate a Mis Palabras! Tómalas, aduéñate de ellas, pues son verdad. Para ser la persona de Dios que quiero que seas, debes entender que Mi Palabra representa verdad, poder, fortaleza y potencia. Mi Palabra te salva y te fortalece. Mi Palabra es un manto de protección que te envuelve. Mi Palabra te da el amor que anhelas. Todo eso te brinda Mi Palabra. Es preciso que estés en conexión conmigo, y el centro de esa conexión está en Mi Palabra.
Ven a Mis brazos, amor mío. Te amo intensamente y con hondo desvelo. Ansío consolarte y aliviar tus heridas. Deseo sacarte de tu profunda desesperación, alegrarte el corazón, infundirte nuevo valor, reincentivarte, iluminarte el entendimiento y darte un corazón alado, a fin de que te remontes hasta Mi presencia, accedas a Mi amor y te introduzcas en el templo de Mi Espíritu.
A solas conmigo, en la intimidad de Mis aposentos, encontrarás la fuerza que precisas. Únicamente contemplando Mi rostro y recibiéndome por medio de Mis Palabras obtendrás el vigor y la energía que necesitas con premura.

Puede que al presente no entiendas algunas cosas, porque aún no ha llegado el momento de que te revele del todo Mi plan, Mi propósito. Pese a que no lo entiendas todo, cree y confía. Mis caminos no son Tus caminos. No se puede conocer la mente de Dios esforzándose por entender y analizarlo todo con mentalidad carnal. Yo revelaré Mis pensamientos y Mis caminos mediante el poder de Mi Espíritu a quienes se muestren receptivos y sumisos, a quienes crean, acepten y aprecien Mi voz con fe y amor.
Te prometo que si sigues adelante por fe -aunque ni siquiera sepas a ciencia cierta si tendrás fuerzas para aguantar- no fracasarás. Así como el oro se purifica en el horno del refinador, los que pasan por la llama ardiente de las pruebas saldrán cual oro puro. Te pongo a prueba a fin de eliminar todas las impurezas. Por tanto, no tengas miedo de las pruebas. Te las mando porque te amo, para purificarte, en respuesta a tus oraciones.

Por muy dolorosa que sea la prueba y por mucho que te abrume el cansancio, cuando reposes en Mis brazos y me dirijas alabanzas en señal de agradecimiento por todo lo que te he dado, te abriré camino. Te elevaré por encima de las cargas y borraré la ira y la frustración. Cuando descanses en Mis brazos y me entones dulces cantos de amor y de alabanza, disiparé tus interrogantes. No te abandonaré, ni te dejaré. ¡Nunca te fallaré!
Si alzas hacia Mí los ojos y la voz en canto y alabanza, y te entregas en Mis brazos, te daré gracia y energías, y te indicaré con claridad la vía. No puedes abrirte camino por tu propia cuenta. No puedes llevar las cargas o apartar el dolor y la congoja mediante tus propias fuerzas. Sólo Yo puedo. Soy capaz de hacer desvanecer las montañas si me amas, reposas en Mis brazos y me diriges tus canciones de alabanza y gratitud.

Yo sé que tu corazón se parte. Sé que te duele en el alma y que todo esto te parece insoportable. Ten por cierto, criatura Mía, que jamás te exigiré más de lo que puedes hacer. Siempre que llegues al punto en que ya no puedas más, cuando tu cuerpo ceda bajo el peso del sacrificio, te extenderé la mano, te levantaré, te atraeré a Mí y te daré unas fuerzas y una fe que desconocías.

No te fijes en las olas, el viento, la tempestad o el estado de tu embarcación. Pon los ojos en Mí, el Autor y Consumador de tu fe. Aunque las olas se encrespen y parezcan mucho más poderosas que tu frágil nave, recuerda que soy el Maestro Timonel, y que si gobierno tu pequeño navío, puedo guiarte en medio de las ondas, el viento y el temporal. ¡Cómo ansío dirigir tu nave! Mas para que la pilotee en medio de las tormentas, debes permitir que el timón esté en Mis manos y no en las tuyas.
Soy el Timonel Mayor y sé gobernar la nave aun en la más recia tempestad. Sé poner la proa hacia el viento y remontar barreras de olas embravecidas. Deja, pues, que Mis manos descansen sobre el timón para que te guíe a través de la borrasca y te conduzca nuevamente a mares sosegados.
La tempestad siempre pasa. La duda que persiste es: ¿sobrevivirá la frágil nave? Si dejas el timón en Mis manos te garantizo que saldrás airosamente de la borrasca. No mires, pues, las olas, el viento ni el temporal. No apartes la vista de Mí.

Sé que te da la impresión de que estás pasando por una época muy difícil. En efecto, así es. Te parece que todo está hecho un desastre, que lo complicaste todo, que los demás embrollaron las cosas y terminaste en una situación calamitosa.
Pero ¿sabes una cosa? Yo no lo veo así. Lo considero desde otra óptica. He permitido que pase todo eso con un propósito. Constituye un nuevo paso en tu crecimiento. Cada día te enseño y te ayudo a aprender más.
Sé que te has desanimado y que has cometido errores, pero no importa; así se aprende. Estás adquiriendo paciencia y perseverancia, y aprendiendo a tomar decisiones.
Esta temporada cumple la finalidad de fortalecerte. Sé que te resulta difícil y que al mirar a tu alrededor la situación no te parece muy auspiciosa ni que las cosas estén resultando bien. Pero no tienes de qué preocuparte; Yo estoy ahí mismo. Puedes hablarme del asunto en cualquier momento del día, todos los días. Y si escuchas, te responderé. Podemos conversar y te ayudaré a resolver los problemas. Te daré la fe y la perseverancia que necesitas para hacer frente a esta época.

Cuando te sientas débil, Yo seré fuerte por Ti. Cuando te agobie la confusión, te imbuiré de paz. Cuando te invada el temor, confortaré tu corazón. Cuando te asalten dudas, te daré fe. Cuando te sobrevenga la tensión, te daré alivio. Cuando te sientas perdido, me encontrarás a tu lado. Cuando te sientas inútil, te daré una meta. Cuando se apodere de ti la angustia, te comunicaré alegría. Cuando te falte confianza, Yo seré tu tranquilidad. Cuando te sientas aturdido y desorientado, Yo te daré claridad. Cuando todo te parezca lúgubre y tormentoso, seré para ti luz esplendorosa.

Conozco tu corazón. Entiendo lo que te pasa. Sé que es muy difícil y que te encuentras al borde de la desesperación. Te sientes sin fuerzas para hacer frente a esta prueba y superarla. Mas no te preocupes de cómo te sientes, que Yo conozco tu corazón. Créeme; es cierto que saldrás triunfante.
Yo sufro contigo. Cuando te duele el corazón, el Mío se conduele. Comparto tu aflicción. Me duele verte sufrir. Este es uno de esos momentos en que te alzo y te llevo en Mis brazos. Sé que no lo puedes sobrellevar por tu cuenta ni recorrer solitariamente el camino. Por eso te estrecho y te llevo en mis brazos. En este mismo momento te tengo junto a Mi pecho. Con Mis besos enjugo tus lágrimas y alivio tu dolor.
Créeme, el dolor desaparecerá y se transformará en espléndidas bendiciones. De las cenizas del desconsuelo y la derrota brotarán los hermosos lirios de Mi amor, no solo en tu vida, sino en la de muchos, muchos otros que se verán influidos por tu experiencia. Tan sólo cree.

La senda de la verdadera grandeza pasa por Mí. No puedo hacerte grande hasta que vengas a Mí con todo tu corazón, con toda tu alma, toda tu mente y todas tus fuerzas.
Ten la seguridad de que esas experiencias que has tenido no son una derrota, sino peldaños hacia la gloria. Gloria no en el sentido de la aclamación de los hombres, sino la gloria de Dios, la gloria de la humildad, la gloria de apoyarse para todo en Mí, la gloria de que Mi Espíritu obre por medio de un corazón humilde, por medio de un alma que confía, de una mente sumisa, de un espíritu amoroso.
Así pues, debes entender que lo que sufres, las dificultades que afrontas, las cargas que soportas, las purgaciones, los padecimientos, lo que te pone a prueba, los dolores, los quebrantos, la presión, los aprietos y las angustias, no te alejan de Mí. No son señal de disgusto Mío. No son para hacerte ver que no estoy presente. Son los pasos que debes dar para acercarte a Mí.
Ten la certeza de que siempre estoy presente. En las experiencias más sombrías y lúgubres, en los momentos de más hondo desespero, estoy contigo. Vuélvete a Mí, acude a Mí y confía en Mí, aunque no veas sino tinieblas a tu alrededor. Fíate de Mí: te llevo por esa senda oscura a fin de sacarte a Mi luz gloriosa, la luz de Mi amor, de Mi verdad, de Mi fortaleza y de Mi poder.

Hay muchas cosas que pueden salir mal en la vida y que de hecho salen mal. Son muchos los sueños que no se hacen realidad, los ideales que no alcanzan a cristalizarse y las situaciones que no se resuelven como uno afanosamente quisiera. No obstante, en los sueños que no se hacen realidad, en los ideales que no alcanzan a cristalizarse y en las situaciones que no se resuelven como esperabas, Yo estoy contigo. En Mi mano te tengo reservados sueños mayores que los que has abrigado jamás, ideales más hermosos que los que has deseado y cosas más sublimes que las que has esperado jamás. Tu imaginación no ha concebido las cosas fantásticas que tengo reservadas a quienes me aman, a quienes perseveran contra viento y marea.

Pensáis demasiado en este mundo. Si pudierais poner siquiera un pie en los Cielos, vuestra vida sería mucho más celestial y vuestro gozo más pleno. Mi Palabra permanecería en vosotros y os infundiría fuerzas en tiempos de angustia. Conoceríais el gozo de confiar, de tener fe, de avanzar, de llegar a lugares que antes no os sentíais capaces de alcanzar.
Este mundo os abruma con sus afanes y tribulaciones. Fijáis límites a lo que recibís de Mi poderosa mano, que tiene tanto que prodigaros. Hijos Míos, si entráis por los atrios de la alabanza, por los portales de Mi Palabra, y si obedecéis lo que os indico, paso a paso, momento a momento, sin dudar ni adoptar una actitud de temor o de queja, está a vuestra disposición un abundante tesoro que rebasa toda imaginación.

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