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viernes, 17 de diciembre de 2010

Capítulo 2 - El mejor de los medicos


Yo también sufrí
Las enfermedades no son un tema que me resulte desconocido. Sé lo que es estar enfermo -la aflicción, el dolor, el sufrimiento- porque cuando estuve en la Tierra y asumí forma de hombre viví todas las cosas que experimenta un ser humano, entre ellas enfermedades y lesiones. Por ser el Hijo de Dios, tenía poder para obrar grandes milagros: sané a multitudes y hasta resucité a algunos muertos. Cada vez que me enfermaba podría haberme curado a Mí mismo con igual facilidad. Sin embargo, no lo hice, pues necesitaba conocer en carne propia todas las pruebas y tentaciones que sufren las personas1. Lo que padecí en la Tierra me sirvió para comprender con corazón humano y divino las enormes necesidades que tienen, a fin de poder atenderlas.
También sufrí indisposiciones por las mismas razones que tú: para que valorara la buena salud con que contaba normalmente; para que aprendiera paciencia; para que me tomara más tiempo a solas con Mi Padre en quietud y silencio, a fin de orar y reflexionar; y para que lo amara aún más cada vez que Él me curaba.
Sé lo que es convivir con el dolor y sentir que no tienes a nadie. Pasé por todo eso por amor a ti, para que tú nunca tuvieras que sufrir a solas. Y es que no estás a solas. Yo permanezco a tu lado para amarte, consolarte y, cuando llegue el momento indicado, sanarte.
1. Hebreos 4:15
La curación es un regalo
Para salvarte y llegar al Cielo no hace falta que te esfuerces por alcanzar la perfección; para curarte tampoco. De la misma manera que para salvarte tienes que entender que nadie más que Yo podía comprar tu salvación, Yo no podré intervenir y obrar el milagro de sanarte hasta que te convenzas de que para ello me necesitas. «Por gracia sois salvos por medio de la fe»1, y por gracia te sanas por medio de la fe.
La curación es un regalo, pero en cierto sentido también un premio. Es el premio de la fe. La medida de fe que se requiere depende de la persona y de la situación. A algunos -por ejemplo, a quienes no tienen una estrecha relación conmigo- les facilito las condiciones lo más posible: solo les exijo que crean y pidan. A veces hasta los sano en respuesta a las oraciones y la fe de otras personas. En cambio, a quienes me conocen y saben cómo deseo que se conduzcan les exijo más: les pido que manifiesten su fe actuando conforme a lo que saben.
No trates de ganarte a pulso la curación ni te inquietes pensando que no te la mereces. Nadie se la merece. Por eso he dispuesto que sea un regalo. Admite humildemente que necesitas sanación, cree que Yo te la estoy ofreciendo, acéptala y dame las gracias.
1. Efesios 2:8
Sufrí por tu curación
Morí por ti para que pudieras tener vida eterna; pero antes de Mi crucifixión también sufrí crueles azotes a manos de hombres impíos para que se cumpliese la Escritura: «Por Sus llagas fuimos nosotros curados»1.
Para lograr tu salvación no era necesario que Yo pasara por todo aquello -las golpizas, los azotes, el escarnio-; me bastaba con morir en la cruz. Sin embargo, estuve dispuesto a someterme a todo aquel sufrimiento y aquella humillación porque pensé en tu dolor y sufrimiento. Me compadecí de ti, y no quise que tuvieras que pasar por un solo momento de enfermedad o sufrimiento si podía evitártelo. Ansiaba darte una salida, y lo hice. Entregué Mi cuerpo por el bien del tuyo. Por eso ahora puedo ofrecerte el don de la curación además del de la salvación.
El don de la curación es tan importante y tan universalmente necesario que lo integré a la única ceremonia que pedí a Mis discípulos que observaran: la que se conoce como eucaristía. En la comunión, el pan simboliza Mi cuerpo, que fue partido por tu curación. Cada vez que tomas el pan de la comunión haces memoria de Mi sacrificio e invocas para ti la promesa que lleva implícita.
Acude a Mí cuando tengas alguna enfermedad o indisposición. Recibe Mi sanidad y restablécete, pues la curación es una de las manifestaciones del amor que siento por ti.
1. Isaías 53:5

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