Más vale prevenir
Aunque tengo poder para sanarte, normalmente prefiero ayudarte a conservar la salud. Más vale prevenir que curar.
Cuando gozas de buena salud, es fácil que pienses que siempre será así y que te descuides un poco con las pautas que sabes que debes cumplir, como dormir bien, seguir una dieta sana, beber abundante agua, hacer ejercicio y evitar el estrés. En circunstancias especiales, si es necesario, puedo invalidar las leyes naturales que actúan en tu organismo y determinan tu salud; sin embargo, no puedo hacerlo indefinidamente.
Si no cuidas tu salud física -o paralelamente, si no te ocupas de tu salud espiritual pasando ratos conmigo-, a veces me sirvo de las enfermedades para hacerte volver a la senda angosta de Mi voluntad. No lo hago a modo de castigo, sino por tu propio bien.
Una de las claves para gozar de buena salud, que muchas personas desatienden, es orar por Mi protección y bendición. En respuesta a tus oraciones puedo protegerte de microbios y otros agentes externos que suponen una amenaza para tu salud. Sin embargo, al igual que «la fe sin obras está muerta»1, no basta con orar para tener buena salud. Para que Yo haga Mi parte, tú debes hacer la tuya. Presta atención a tu cuerpo y escucha Mi voz. Si haces lo que puedes, Yo haré lo demás.
1. Santiago 2:26
Coincidencia de voluntades
A veces lo único que se requiere para curarse de algún mal es una sola y sencilla oración. Oras, Yo respondo, y se acabó el asunto. En otros casos, sin embargo, ni las oraciones fervientes y reiterativas obtienen los resultados deseados. ¿Por qué? Con frecuencia se debe a que tu voluntad -lo que tú quieres que suceda- no está en sintonía con la Mía, con lo que Yo considero mejor para ti en tu situación. Es preciso que nuestras voluntades coincidan. En realidad solo hay dos caminos para lograr eso: los denominaré plan A y plan B.
En el plan B, Yo cedo para que Mi voluntad se ajuste a la tuya. Existe esa posibilidad, y lo he hecho en ocasiones. No obstante, si insistes en el plan B, puedes llevarte una decepción y desanimarte. En primer lugar, no podrás orar con plena fe si sabes o sospechas que tus objetivos se oponen a los Míos. Pero lo peor es que si Yo me avengo a tu plan, el resultado no será el ideal. Como les sucedió a los israelitas que insistieron en hacer las cosas a su modo en el desierto, tal vez obtengas lo que pides, pero termines también con flaqueza en tu alma1.
En el plan A, tú cedes a lo que Yo disponga y dices: «No se haga mi voluntad, sino la Tuya». Eso requiere fe verdadera, sobre todo si ignoras cuál es Mi voluntad. En todo caso, con este plan puedes tener la seguridad de que obtendrás lo mejor; ninguna otra alternativa te dará esa certeza. Yo te recomiendo sin lugar a dudas el plan A.
1. Salmo 106:15
Colabora conmigo
Para obtener los mejores resultados cuando oras por tu curación, no te limites a dejarme un mensaje de voz indicándome qué es lo que quieres que haga. Mantente en línea, y te diré qué puedes hacer tú para acelerar la respuesta y conseguir que sea más completa. Puedo darte consejos específicos para tu situación1.
Por ejemplo, tal vez quiera que ruegues por una curación milagrosa, porque sé que la enfermedad no tiene por qué seguir su curso natural. O quizás hay algo que debes hacer primero, por ejemplo fortalecer tu fe leyendo Mi Palabra, o enmendar tu relación conmigo o con los demás, o pedir a otras personas que oren contigo. Puede que esté esperando a que te despiertes espiritualmente y «pelees la buena batalla de la fe»2 invocando Mis promesas. O quizás hay algo que debes hacer físicamente, digamos modificar tu dieta o descansar más. O tal vez me propongo hacerte entender algo que no está relacionado con la enfermedad en sí, pero ésta es el único medio que tengo de captar tu atención. Puede haber muchas cosas que quiero decirte, y que es probable que no descubras si no me consultas.
La mitad de la solución consiste en acudir a Mí, escuchar Mis consejos y seguirlos. Así, cualquiera que sea el rumbo que tome tu enfermedad, sabrás que has hecho lo que te correspondía; y te resultará mucho más fácil confiar en que Yo haré lo demás. La certeza de que has recibido directamente de Mí consejos acerca de tu enfermedad te dará también más fe para hacer lo que sea preciso para superarla.
Nadie puede consolarte e infundirte ánimo mejor que Yo. Una de las fórmulas más rápidas, sencillas y certeras de obtener ese consuelo es pedirme que te hable al corazón. Cuando sintonizas conmigo, puedo dirigirte palabras de amor, consuelo y aliento, valiosos tesoros del espíritu que no podrías obtener de ningún otro modo.
Aun cuando te sientas muy débil para hablarme, puedes oír Mi voz en tu interior. Siempre puedes levantar tu corazón hacia Mí y dejar que Mis palabras te consuelen. Basta con que dirijas tu antena espiritual hacia Mí. Pídeme que te hable, y lo haré. Luego descansa en Mis brazos, escucha en tu corazón Mis susurros, y déjame sacarte en espíritu de este mundo de dolor y transportarte a lugares celestiales donde gozarás de Mi compañía. Es algo que puedes hacer en cualquier sitio, en cualquier momento.
Si no tienes la costumbre de escucharme, tal vez te tome un poco de práctica. Simplemente ten fe y haz el esfuerzo, y te ayudaré a distinguir entre tus propios pensamientos y Mi voz, a fin de que captes todo lo que tengo para ti. Pregunta, escucha, cree y recibirás.
1. Para aprender a escuchar a Jesús y recibir consejos personales de Él, lee Escucha palabras del Cielo, de Aurora Production.
2. 1 Timoteo 6:12
El porqué de la alabanza
Pensar positivamente crea un ambiente positivo a tu alrededor. Esa ley rige tanto en el plano natural como en el espiritual. Cuando adoptas una actitud optimista y hablas y actúas positivamente, estás de mejor ánimo y en general todo resulta mejor. El hecho de alabarme acelera ese ciclo positivo. No solo te ayuda a pensar en lo bueno, sino que te traslada del plano físico, con todas sus limitaciones, a la dimensión espiritual, donde todo es posible.
Cuando se combate una enfermedad grave es fácil caer en la depresión y hasta en la desesperación. Pero si te empeñas en alabarme, si te pones a hacerlo aun sin tener ganas, pronto te vendrán las ganas. La alabanza te recordará que todo está en Mis manos y que haré que todo redunde en tu beneficio.
La alabanza refuerza la conexión que existe entre nosotros. Me permite hablarte con mayor claridad, lo que a su vez te ayuda a ver las cosas objetivamente. La alabanza te coloca en Mi sintonía. Abre un canal espiritual por medio del cual puedo prodigarte Mis bendiciones.
También te recuerda que solo Yo soy capaz de resolver tus problemas. Con tus alabanzas me demuestras que cifras tus esperanzas en Mí, que abandonas tus propios esfuerzos y confías en que Mi poder obrará el milagro.
La alabanza me complace y me mueve a actuar en tu favor; pero además te motiva y te infunde ánimos a ti. Te lleva a ver más allá de tu petición y de tus actuales circunstancias y concentrarte más bien en el resultado. Eso es clave para que tus oraciones sean respondidas.
La alabanza hace que Mi Espíritu y los frutos de Mi Espíritu1 se manifiesten mucho más en tu vida.
Cuando abordas una enfermedad -o para el caso, cualquier dificultad- con una actitud positiva y lo expresas alabándome, evidencias fe en Mí. Esa combinación de fe y alabanza te da una dosis extra de gracia y resistencia para sobrellevar la prueba. En el caso de una enfermedad, esos pasos de fe te hacen avanzar por el camino de la sanación. Alábame -aunque no puedas hacer otra cosa que hablarme en murmullos o sin siquiera mover los labios-, y Mi consuelo y Mi amor te tocarán íntimamente. Cuando me alabas, tu espíritu se rodea de poder sobrenatural. Y si sigues alabándome, te alivio el dolor y te doy descanso.
Concéntrate en lo bueno, por muy mala que se vea la situación. Alábame por lo que he hecho por ti en otras circunstancias. Alábame por la buena salud de la que gozas normalmente. Alábame por el hecho de que no tienes nada más grave. Alábame por todo lo bueno que te imaginas que sacaré de esto. Una vez que te acostumbres a alabarme verás cuántos motivos hay para hacerlo. Los días que pases en cama se convertirán en días triunfales gracias a la alabanza.
1. Gálatas 5:22,23
Conservar la salud recobrada
Nunca permito que te enfermes sin motivo. Por ende, cuando te sobreviene una dolencia, una de tus primeras reacciones debe ser preguntarme por qué. Para curarte -y más aún para conservar luego la salud- es fundamental que hagas lo posible por corregir la causa de la enfermedad.
Así como toda enfermedad tiene su razón de ser, con toda enfermedad se persiguen ciertos beneficios. Estos pueden ser físicos -inmunidad a enfermedades que se contraen una sola vez, la superación de un hábito poco saludable- o de naturaleza espiritual. Muchas veces los beneficios espirituales son aún mayores que los físicos si oras y escuchas lo que te quiero decir al respecto. Tal vez me propongo enseñarte a orar con más frecuencia, pasar más ratos conmigo, leer más Mi Palabra, o cambiar uno o varios hábitos espirituales. Pero si te limitas a sufrir la dolencia sin preguntarme qué la causó y por qué, te pierdes todo lo positivo que te podría aportar y te expones a una recaída o una reaparición de la enfermedad a fin de que tengas ocasión de aprender lo que no aprendiste.
Por esta y por otras razones dispuse la convalecencia que sigue a la mayoría de las enfermedades: para que tengas tiempo de orar sobre lo que quiero enseñarte y te comprometas a efectuar los cambios que hagan falta antes de volver a tus actividades diarias y tus viejos hábitos. No dejes pasar la oportunidad.
La postura de fe
Me encanta que acudas a Mí con una promesa concreta -«Pedid y se os dará»1, por ejemplo- y me exijas que la cumpla. Me complace aún más cuando, habiendo hecho eso, manifiestas confianza en que haré lo que prometí, pese a que no lo realice en ese mismo momento. A veces opto por fortalecer tu fe absteniéndome de responder enseguida a tus oraciones o interviniendo de una forma que no esperabas. Me agrada que confíes en Mi criterio y tengas la certeza de que a la larga no te defraudaré, por muy dura o larga que sea la espera.
¿Has leído en la Biblia lo que hicieron Sadrac, Mesac y Abed-nego? Se vieron en la disyuntiva de elegir entre postrarse ante una estatua por orden del rey Nabucodonosor, o seguir fieles a Dios y ser quemados vivos. Respondieron al rey: «Nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo»2. Estuvieron dispuestos a morir confiando. Asumieron una postura de fe. Yo los premié por ello: por una parte los ayudé a salir del horno sin que se les quemara un solo cabello; por otra, estuve con ellos en el fuego mismo. El rey atestiguó haber visto a cuatro personas en el fuego en lugar de tres, y dijo que la cuarta era «semejante a hijo de los dioses»3.
Aférrate a Mis promesas. Estaré también a tu lado.
1. Mateo 7:7
2. Daniel 3:17
3. Daniel 3:25
Hacer balance
Antes de decir: «He hecho lo que estaba dentro de mis posibilidades. Ahora voy a confiar en Dios y exigirle que cumpla Sus promesas, y persistiré en esa postura el tiempo que sea necesario, hasta que me sane», asegúrate de que en efecto has hecho todo lo que podías, que lo que impide que te sane en respuesta a tus oraciones está realmente fuera de tu control y que no ha habido negligencia u omisión de tu parte. Plantéate preguntas como las siguientes:
* ¿He rezado para averiguar qué me quiere enseñar Jesús por medio de esta dolencia y qué espera de mí antes de responder a mi oración y curarme?
* ¿Me ha dado garantías Jesús de que Su voluntad está en armonía con la mía, de que mi deseo de curarme íntegra y rápidamente se ajusta a Su plan para mí? Y en su defecto, ¿tengo como mínimo disposición a encomendarle mi vida, confiando en que todo está en Sus manos y Él sabe cuál es el desenlace más conveniente para mí, aunque no coincida con mis expectativas?
* ¿He examinado mi corazón y he hecho un aseo espiritual, pidiendo a Jesús que me libre de todo pecado no confesado, llámese resentimiento, orgullo, manía de criticar, celos o cualquier otro escollo espiritual que pudiera impedirme recibir Su plena bendición?
* ¿He fortalecido mi fe en la curación leyendo la Palabra, meditando en ella y aplicándola?
* ¿He memorizado al menos una promesa de curación de Dios? ¿Creo de verdad que Él es capaz de hacer lo que asegura?
* ¿He rezado con fe y convicción? ¿Le he hecho peticiones concretas?
* ¿He pedido a otros que oren por mí?
Si no has hecho todo eso, lo más probable es que haya más que puedes hacer, que te falte algo, que tengas algo pendiente. Ahora bien, si lo has hecho todo, puedes asumir una postura de fe y confiar en que te sanaré a Mi modo y cuando lo considere oportuno.
Aunque tengo poder para sanarte, normalmente prefiero ayudarte a conservar la salud. Más vale prevenir que curar.
Cuando gozas de buena salud, es fácil que pienses que siempre será así y que te descuides un poco con las pautas que sabes que debes cumplir, como dormir bien, seguir una dieta sana, beber abundante agua, hacer ejercicio y evitar el estrés. En circunstancias especiales, si es necesario, puedo invalidar las leyes naturales que actúan en tu organismo y determinan tu salud; sin embargo, no puedo hacerlo indefinidamente.
Si no cuidas tu salud física -o paralelamente, si no te ocupas de tu salud espiritual pasando ratos conmigo-, a veces me sirvo de las enfermedades para hacerte volver a la senda angosta de Mi voluntad. No lo hago a modo de castigo, sino por tu propio bien.
Una de las claves para gozar de buena salud, que muchas personas desatienden, es orar por Mi protección y bendición. En respuesta a tus oraciones puedo protegerte de microbios y otros agentes externos que suponen una amenaza para tu salud. Sin embargo, al igual que «la fe sin obras está muerta»1, no basta con orar para tener buena salud. Para que Yo haga Mi parte, tú debes hacer la tuya. Presta atención a tu cuerpo y escucha Mi voz. Si haces lo que puedes, Yo haré lo demás.
1. Santiago 2:26
Coincidencia de voluntades
A veces lo único que se requiere para curarse de algún mal es una sola y sencilla oración. Oras, Yo respondo, y se acabó el asunto. En otros casos, sin embargo, ni las oraciones fervientes y reiterativas obtienen los resultados deseados. ¿Por qué? Con frecuencia se debe a que tu voluntad -lo que tú quieres que suceda- no está en sintonía con la Mía, con lo que Yo considero mejor para ti en tu situación. Es preciso que nuestras voluntades coincidan. En realidad solo hay dos caminos para lograr eso: los denominaré plan A y plan B.
En el plan B, Yo cedo para que Mi voluntad se ajuste a la tuya. Existe esa posibilidad, y lo he hecho en ocasiones. No obstante, si insistes en el plan B, puedes llevarte una decepción y desanimarte. En primer lugar, no podrás orar con plena fe si sabes o sospechas que tus objetivos se oponen a los Míos. Pero lo peor es que si Yo me avengo a tu plan, el resultado no será el ideal. Como les sucedió a los israelitas que insistieron en hacer las cosas a su modo en el desierto, tal vez obtengas lo que pides, pero termines también con flaqueza en tu alma1.
En el plan A, tú cedes a lo que Yo disponga y dices: «No se haga mi voluntad, sino la Tuya». Eso requiere fe verdadera, sobre todo si ignoras cuál es Mi voluntad. En todo caso, con este plan puedes tener la seguridad de que obtendrás lo mejor; ninguna otra alternativa te dará esa certeza. Yo te recomiendo sin lugar a dudas el plan A.
1. Salmo 106:15
Colabora conmigo
Para obtener los mejores resultados cuando oras por tu curación, no te limites a dejarme un mensaje de voz indicándome qué es lo que quieres que haga. Mantente en línea, y te diré qué puedes hacer tú para acelerar la respuesta y conseguir que sea más completa. Puedo darte consejos específicos para tu situación1.
Por ejemplo, tal vez quiera que ruegues por una curación milagrosa, porque sé que la enfermedad no tiene por qué seguir su curso natural. O quizás hay algo que debes hacer primero, por ejemplo fortalecer tu fe leyendo Mi Palabra, o enmendar tu relación conmigo o con los demás, o pedir a otras personas que oren contigo. Puede que esté esperando a que te despiertes espiritualmente y «pelees la buena batalla de la fe»2 invocando Mis promesas. O quizás hay algo que debes hacer físicamente, digamos modificar tu dieta o descansar más. O tal vez me propongo hacerte entender algo que no está relacionado con la enfermedad en sí, pero ésta es el único medio que tengo de captar tu atención. Puede haber muchas cosas que quiero decirte, y que es probable que no descubras si no me consultas.
La mitad de la solución consiste en acudir a Mí, escuchar Mis consejos y seguirlos. Así, cualquiera que sea el rumbo que tome tu enfermedad, sabrás que has hecho lo que te correspondía; y te resultará mucho más fácil confiar en que Yo haré lo demás. La certeza de que has recibido directamente de Mí consejos acerca de tu enfermedad te dará también más fe para hacer lo que sea preciso para superarla.
Nadie puede consolarte e infundirte ánimo mejor que Yo. Una de las fórmulas más rápidas, sencillas y certeras de obtener ese consuelo es pedirme que te hable al corazón. Cuando sintonizas conmigo, puedo dirigirte palabras de amor, consuelo y aliento, valiosos tesoros del espíritu que no podrías obtener de ningún otro modo.
Aun cuando te sientas muy débil para hablarme, puedes oír Mi voz en tu interior. Siempre puedes levantar tu corazón hacia Mí y dejar que Mis palabras te consuelen. Basta con que dirijas tu antena espiritual hacia Mí. Pídeme que te hable, y lo haré. Luego descansa en Mis brazos, escucha en tu corazón Mis susurros, y déjame sacarte en espíritu de este mundo de dolor y transportarte a lugares celestiales donde gozarás de Mi compañía. Es algo que puedes hacer en cualquier sitio, en cualquier momento.
Si no tienes la costumbre de escucharme, tal vez te tome un poco de práctica. Simplemente ten fe y haz el esfuerzo, y te ayudaré a distinguir entre tus propios pensamientos y Mi voz, a fin de que captes todo lo que tengo para ti. Pregunta, escucha, cree y recibirás.
1. Para aprender a escuchar a Jesús y recibir consejos personales de Él, lee Escucha palabras del Cielo, de Aurora Production.
2. 1 Timoteo 6:12
El porqué de la alabanza
Pensar positivamente crea un ambiente positivo a tu alrededor. Esa ley rige tanto en el plano natural como en el espiritual. Cuando adoptas una actitud optimista y hablas y actúas positivamente, estás de mejor ánimo y en general todo resulta mejor. El hecho de alabarme acelera ese ciclo positivo. No solo te ayuda a pensar en lo bueno, sino que te traslada del plano físico, con todas sus limitaciones, a la dimensión espiritual, donde todo es posible.
Cuando se combate una enfermedad grave es fácil caer en la depresión y hasta en la desesperación. Pero si te empeñas en alabarme, si te pones a hacerlo aun sin tener ganas, pronto te vendrán las ganas. La alabanza te recordará que todo está en Mis manos y que haré que todo redunde en tu beneficio.
La alabanza refuerza la conexión que existe entre nosotros. Me permite hablarte con mayor claridad, lo que a su vez te ayuda a ver las cosas objetivamente. La alabanza te coloca en Mi sintonía. Abre un canal espiritual por medio del cual puedo prodigarte Mis bendiciones.
También te recuerda que solo Yo soy capaz de resolver tus problemas. Con tus alabanzas me demuestras que cifras tus esperanzas en Mí, que abandonas tus propios esfuerzos y confías en que Mi poder obrará el milagro.
La alabanza me complace y me mueve a actuar en tu favor; pero además te motiva y te infunde ánimos a ti. Te lleva a ver más allá de tu petición y de tus actuales circunstancias y concentrarte más bien en el resultado. Eso es clave para que tus oraciones sean respondidas.
La alabanza hace que Mi Espíritu y los frutos de Mi Espíritu1 se manifiesten mucho más en tu vida.
Cuando abordas una enfermedad -o para el caso, cualquier dificultad- con una actitud positiva y lo expresas alabándome, evidencias fe en Mí. Esa combinación de fe y alabanza te da una dosis extra de gracia y resistencia para sobrellevar la prueba. En el caso de una enfermedad, esos pasos de fe te hacen avanzar por el camino de la sanación. Alábame -aunque no puedas hacer otra cosa que hablarme en murmullos o sin siquiera mover los labios-, y Mi consuelo y Mi amor te tocarán íntimamente. Cuando me alabas, tu espíritu se rodea de poder sobrenatural. Y si sigues alabándome, te alivio el dolor y te doy descanso.
Concéntrate en lo bueno, por muy mala que se vea la situación. Alábame por lo que he hecho por ti en otras circunstancias. Alábame por la buena salud de la que gozas normalmente. Alábame por el hecho de que no tienes nada más grave. Alábame por todo lo bueno que te imaginas que sacaré de esto. Una vez que te acostumbres a alabarme verás cuántos motivos hay para hacerlo. Los días que pases en cama se convertirán en días triunfales gracias a la alabanza.
1. Gálatas 5:22,23
Conservar la salud recobrada
Nunca permito que te enfermes sin motivo. Por ende, cuando te sobreviene una dolencia, una de tus primeras reacciones debe ser preguntarme por qué. Para curarte -y más aún para conservar luego la salud- es fundamental que hagas lo posible por corregir la causa de la enfermedad.
Así como toda enfermedad tiene su razón de ser, con toda enfermedad se persiguen ciertos beneficios. Estos pueden ser físicos -inmunidad a enfermedades que se contraen una sola vez, la superación de un hábito poco saludable- o de naturaleza espiritual. Muchas veces los beneficios espirituales son aún mayores que los físicos si oras y escuchas lo que te quiero decir al respecto. Tal vez me propongo enseñarte a orar con más frecuencia, pasar más ratos conmigo, leer más Mi Palabra, o cambiar uno o varios hábitos espirituales. Pero si te limitas a sufrir la dolencia sin preguntarme qué la causó y por qué, te pierdes todo lo positivo que te podría aportar y te expones a una recaída o una reaparición de la enfermedad a fin de que tengas ocasión de aprender lo que no aprendiste.
Por esta y por otras razones dispuse la convalecencia que sigue a la mayoría de las enfermedades: para que tengas tiempo de orar sobre lo que quiero enseñarte y te comprometas a efectuar los cambios que hagan falta antes de volver a tus actividades diarias y tus viejos hábitos. No dejes pasar la oportunidad.
La postura de fe
Me encanta que acudas a Mí con una promesa concreta -«Pedid y se os dará»1, por ejemplo- y me exijas que la cumpla. Me complace aún más cuando, habiendo hecho eso, manifiestas confianza en que haré lo que prometí, pese a que no lo realice en ese mismo momento. A veces opto por fortalecer tu fe absteniéndome de responder enseguida a tus oraciones o interviniendo de una forma que no esperabas. Me agrada que confíes en Mi criterio y tengas la certeza de que a la larga no te defraudaré, por muy dura o larga que sea la espera.
¿Has leído en la Biblia lo que hicieron Sadrac, Mesac y Abed-nego? Se vieron en la disyuntiva de elegir entre postrarse ante una estatua por orden del rey Nabucodonosor, o seguir fieles a Dios y ser quemados vivos. Respondieron al rey: «Nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo»2. Estuvieron dispuestos a morir confiando. Asumieron una postura de fe. Yo los premié por ello: por una parte los ayudé a salir del horno sin que se les quemara un solo cabello; por otra, estuve con ellos en el fuego mismo. El rey atestiguó haber visto a cuatro personas en el fuego en lugar de tres, y dijo que la cuarta era «semejante a hijo de los dioses»3.
Aférrate a Mis promesas. Estaré también a tu lado.
1. Mateo 7:7
2. Daniel 3:17
3. Daniel 3:25
Hacer balance
Antes de decir: «He hecho lo que estaba dentro de mis posibilidades. Ahora voy a confiar en Dios y exigirle que cumpla Sus promesas, y persistiré en esa postura el tiempo que sea necesario, hasta que me sane», asegúrate de que en efecto has hecho todo lo que podías, que lo que impide que te sane en respuesta a tus oraciones está realmente fuera de tu control y que no ha habido negligencia u omisión de tu parte. Plantéate preguntas como las siguientes:
* ¿He rezado para averiguar qué me quiere enseñar Jesús por medio de esta dolencia y qué espera de mí antes de responder a mi oración y curarme?
* ¿Me ha dado garantías Jesús de que Su voluntad está en armonía con la mía, de que mi deseo de curarme íntegra y rápidamente se ajusta a Su plan para mí? Y en su defecto, ¿tengo como mínimo disposición a encomendarle mi vida, confiando en que todo está en Sus manos y Él sabe cuál es el desenlace más conveniente para mí, aunque no coincida con mis expectativas?
* ¿He examinado mi corazón y he hecho un aseo espiritual, pidiendo a Jesús que me libre de todo pecado no confesado, llámese resentimiento, orgullo, manía de criticar, celos o cualquier otro escollo espiritual que pudiera impedirme recibir Su plena bendición?
* ¿He fortalecido mi fe en la curación leyendo la Palabra, meditando en ella y aplicándola?
* ¿He memorizado al menos una promesa de curación de Dios? ¿Creo de verdad que Él es capaz de hacer lo que asegura?
* ¿He rezado con fe y convicción? ¿Le he hecho peticiones concretas?
* ¿He pedido a otros que oren por mí?
Si no has hecho todo eso, lo más probable es que haya más que puedes hacer, que te falte algo, que tengas algo pendiente. Ahora bien, si lo has hecho todo, puedes asumir una postura de fe y confiar en que te sanaré a Mi modo y cuando lo considere oportuno.
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